martes, 12 de mayo de 2009

¿Y la raza de bronce?

De la aleación del cobre y el estaño nació el bronce. Metal milenario apreciado en la fabricación de armas, utensilios, medallas y esculturas. Las monedas de bronce acompañaron la expansión del comercio en el siglo XVII y en la era industrial fue metal imprescindible para producir máquinas resistentes a la fricción y a la corrosión.
Poetas, escritores y políticos mexicanos de los siglos XIX y XX optaron por la figura del bronce para describir las fortalezas y bondades de esa aleación civilizatoria que fue el mestizaje, el encuentro de los mundos indígena, español y africano en el continente americano. Lo hacían con el orgullo, la dignidad y la esperanza del surgimiento de una nueva nación, de una nueva civilización y de un nuevo ser humano.
Amado Nervo, en el poema “La raza de bronce” escrito en 1902 en honor a Benito Juárez, habla de “la gloria de los hombres de bronce, cuya maza melló de tanto yelmos y escudos la osadía”. Describe un encuentro onírico con “cuatro colosos que fingían estatuas y sus pechos radiaban como bronces luminosos”: Nezahualcóyotl, Ihuilcamina, Cuauhtémoc y Benito Juárez. “Los gigantes de una raza magnífica de bronces”.
En prosa, en 1925, José Vasconcelos expresa la misma idea en el ensayo “La raza cósmica”. Simpatizante de una corriente de pensadores latinoamericanos que se oponían a la utilización etnocentrista y europeizante de la teoría evolucionista de Darwin, Vasconcelos expresó la ideología de la “quinta raza” del continente americano; una aglomeración de todas las razas del mundo sin distinción alguna para construir una nueva civilización: Universópolis, donde gente de todo el mundo transmite su conocimiento. La raza de bronce era originaria de una región del planeta, pero poseía una visión universalista.
Pasaron casi 100 años para que la intuición poética y la construcción ideológica de la “raza de bronce” tuvieran sustento científico. El Instituto Nacional de Medicina Genómica concluyó que los genes de la población mexicana son el resultado de una mezcla de 35 grupos étnicos y, por lo tanto, son distintos a los de Europa, Asia y África. “El 65% del componente genético de los mexicanos es único y se le denomina Amerindio” (El Universal, 9 de marzo del 2007).
Influenzada por la cepa de un virus nuevo, señalada de propiciar la mutación genética de una gripa pandémica (como en su momento fueron acusados los países del África subsahariana de expandir el ébola y el sida), discriminada por sus socios comerciales de Europa y Asia, abandonada por los “países hermanos” de América Latina a los que alguna ocasión representó como “hermano mayor”, diezmada por una crisis de desempleo e inseguridad sin precedente, la mítica raza de bronce luce desde algunos puntos del planeta —y desde otros dentro de México— como una raza de latón, esa degradación del bronce, producto de una combinación empobrecida de cobre y zinc.
¿En qué momento cambiamos el estaño por el tóxico zinc y terminamos mostrando el cobre? La respuesta no se encuentra en la metalurgia, sino en la política económica y social. Cuando los gigantes de Amado Nervo devinieron en nuevas generaciones de mexicanos de menor talla, peso y mal nutridos. Cuando la raza cósmica de Vasconcelos devino en raza cosmética por la adopción de hábitos alimenticios propios del subdesarrollo, ricos en carbohidratos y pobres en proteínas, convirtiendo a la diabetes en la principal causa de mortalidad. Cuando dejamos de producir en el campo los alimentos de la raza de bronce (maíz, leche y carne) e importamos los productos chatarra que consumen los hombres de latón. Cuando “paracetamolizamos” el cuadro básico de medicinas del sector salud (los derechohabientes del IMSS e ISSSTE se autorrecetan Paracetamol para el tratamiento de enfermedades respiratorias, porque es la única medicina que durante años les ha provisto el sistema de salud, llámese su padecimiento gripe, alergia crónica o bronconeumonía). En suma, cuando permitimos que la mitad del cuerpo social mexicano se hundiera en el fango de la pobreza, la desigualdad y la insalubridad.
Los metales duros (bronce, hierro, acero) siguen sosteniendo al mundo pero ya no lo mueven. Los metaloides como el silicio y el grafeno, al hacer posible el mundo de los microprocesadores, la interconectividad, la mentefactura y la internet, han dado un vuelco al planeta. Lo conveniente es que la raza de bronce evolucione ahora hacia alguno de estos elementos. Pero si seguimos atados a la degradación del latón como sociedad y nación, será casi imposible no sólo ingresar a la era del grafeno, sino evitar la amenaza de una segunda ola de “gripe mexicana” el próximo invierno.

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